Corrió
hacia la parada con la esperanza de que se hubiese retrasado. Pero cuando llegó
el autobús ya se perdía al final de la calle. Le había vuelto a pasar… El
próximo tardaría 45 minutos en llegar. Esta vez su madre sí se enfadaría, era
la comida familiar: primas, tíos, sobrinas y abuelos; se reunían todos una vez
al año. Por lo que le envió un mensaje para no tener que lidiar con su enfado.
Había una
señora mayor que esperaba sentada. La miró y se sonrieron. Le extraño que no
hubiese cogido el autobús, solo uno recorría aquella zona. Para matar el tiempo,
se sentó junto a ella y comenzó a leer un pequeño libro que llevaba consigo. La
señora apenas se movía, solo de vez en cuando miraba de un lado a otro y cuando
Lucía levantaba la vista se volvían a sonreír. Aquella actitud le sorprendió, la
mujer esperaba paciente al autobús. Solo esperaba. Al fin llegó y Lucía sacó su
tarjeta, pero ella no se movió. Sorprendida, una vez más, se limitó a
despedirse. Durante el trayecto pensó en aquella extraña señora, quizás
estuviese esperando a alguien o sufriese alguna enfermedad. Debía de dejar de
buscar una historia apasionante tras
todo lo que le rodeaba.
Cuando
llegó se disculpó de su tardanza y se unió a los asistentes. Su madre supo disimular
su enfado, aquel no era lugar ni el momento. Lucía nunca había entendido el
sentido de aquellas reuniones. Con algunos de los presentes no tenía ninguna
relación y se limitaba a saludarlos de manera cordial. Y con el resto
intercambiaba palabras vacías sobre aquello y lo de más allá. Le recordaban
bastante a las cenas burguesas o aristocráticas, de las que tanto había leído
en sus libros, en las que todos lucían sus más bellas galas y los elogios
rebosaban como las copas de champán. Ese mar de apariencias lo presidía el
patriarca, siempre tan notable en las ceremonias.
Al cabo de unas horas empezaron a despedirse y
ella cogió el autobús de vuelta. Al bajarse encontró a la mujer tal y como la
dejó. Parecía que no hubiese pasado el tiempo. Preocupada, se acerco y le dijo.
-Disculpe, ¿necesita
ayuda?
-No,
tranquila, estoy bien- respondió ella con su benevolente sonrisa.
-¿A qué o a
quién espera?- preguntó impulsada por la curiosidad.
-Yo hace
tiempo que deje de esperar. Me limito a recordar lo que esperaba, a descubrir
que lo hacía tan importante- volvió a responder.
Intrigada
por aquella misteriosa mujer se sentó a su lado y siguió preguntándole:
-Y, ¿qué
recuerda?
-Tantas cosas…
más de las que pensaba-dijo suspirando.
Lucía no
supo que responder. Sentía que debía dejarle intimidad pero no quería irse.
Entonces la mujer comenzó a hablar.
-¿Sabes a
lo que nos dedicamos los humanos? A esperar, eso hacemos durante toda nuestra
vida. Dejamos pasar el tiempo rellenado las esperas- hizo una pausa- Toda espera
anterior siempre fue mejor que la presente y la futura superará todas las
anteriores. Soñamos con que está sea más amena, más tranquila. Pero luego la
cubrimos con toda clase de adornos, engañándonos. Queremos creer que no
esperamos, que aprovechamos nuestro escaso tiempo. Sin embargo, sí que lo
hacemos… y cuando nos damos cuenta que esperamos, nos desesperamos. Nuestra
consciencia se rebela contra nuestra inconsciencia cuando descubre lo que hay
en ella. Espera y más espera- cogió aire y continuó- Solo somos conscientes de
que esperamos cuando nos vemos obligados a hacerlo. Aunque esperemos andando,
conduciendo, durmiendo o comiendo. Hay
personas que tienen claro lo que esperan, otras no lo saben y algunas lo olvidaron.
Pero todas esperan… menos yo que decidí dejar de hacerlo- concluyó su monólogo.
-Quiere
decir que en vez de perseguir aquello que anhelamos nos quedamos quietos esperando
a que venga a nosotros- resumió intentando comprenderla.
-Cada cual
lucha más o menos por lo que quiere, aparte de eso me refiero que aunque
alcancemos nuestras metas, siempre esperamos más y más. Incluso cuando la
espera está a punto de acabarse soñamos con seguir esperando- dijo la señora.
-Porque
somos inconformistas…-afirmó decepcionada- En cualquier caso, si usted ha
dejado de esperar ¿Por qué está aquí
sentada y no va por aquello que esperaba?- volvió a preguntar Lucía.
-Porque es
tarde… ¿Has escuchado eso de que el tiempo pone las cosas en su sitio?- dijo la
señora.
Asintió.
-Pues es
mentira, solo las aleja… y al final nos resignamos a aceptarlas- desveló.
-¿Cuándo se
considera que es demasiado tarde?- preguntó con creciente interés.
Y esta vez
fue la mujer quién no supo que decir.
-No lo sé-
dijo al final.
-Yo creo
que hasta que no morimos- respondió ella.
-Bueno eres
joven, es normal que pienses eso. En la juventud todos nos sentimos inmortales
capaces de hacer grandes cosas, pero con el tiempo cuando vemos frustrados
nuestros deseos, el futuro se ve de otro modo- dijo intentando despertar a la
joven.
-Siempre igual,
los niños ¡qué inocentes!, los jóvenes ¡qué incrédulos! y los adultos ¡qué
sabios! A ver… no digo que no sea así, pero ni tanto ni tan poco. Todos
deberíamos sacar lo mejor del resto- se defendió Lucía.
-Sí,
supongo…- dijo dándole la razón.
Llegó el silencio,
un silencio consentido y necesario. Había que saborear todas aquellas palabras
lentamente para su disfrute y continuidad.
-En
definitiva, no se trata de no esperar. Las esperas muchas veces son precisas.
Sin embargo, tienen que ser como un impulso para pasar al siguiente capítulo y
no excusas que rellenen hojas vacías- reflexionó la señora deshaciendo el
silencio.
-Sobre todo
tienen que ser conscientes…-completó Lucía aquella conclusión.
La noche
caía sobre ellas. Una noche sin luna, estrellas, ni nubles solo el cielo
infinito. Una noche más que ya se iba para no volver.
Allí
estaban, asimilando aún lo sucedido, cuando paró el último autobús. La puerta
se abrió y el conductor miró por el espejo esperando su
entrada. Una sonrisa se dibujo en sus rostros y tras una cómplice mirada cogieron
ese autobús. Un autobús sin retorno, con sus paradas y pinchazos, y con un rumbo
aún bastante incierto. Pero con un emergente trayecto y entusiasmados destinos.
Por fin, el camino se despejaba para empezar a transitarlo.
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