jueves, 7 de mayo de 2015

LA PARADA INFINITA de Cristina Prieto Sánchez



Corrió hacia la parada con la esperanza de que se hubiese retrasado. Pero cuando llegó el autobús ya se perdía al final de la calle. Le había vuelto a pasar… El próximo tardaría 45 minutos en llegar. Esta vez su madre sí se enfadaría, era la comida familiar: primas, tíos, sobrinas y abuelos; se reunían todos una vez al año. Por lo que le envió un mensaje para no tener que lidiar con su enfado.
Había una señora mayor que esperaba sentada. La miró y se sonrieron. Le extraño que no hubiese cogido el autobús, solo uno recorría aquella zona. Para matar el tiempo, se sentó junto a ella y comenzó a leer un pequeño libro que llevaba consigo. La señora apenas se movía, solo de vez en cuando miraba de un lado a otro y cuando Lucía levantaba la vista se volvían a sonreír. Aquella actitud le sorprendió, la mujer esperaba paciente al autobús. Solo esperaba. Al fin llegó y Lucía sacó su tarjeta, pero ella no se movió. Sorprendida, una vez más, se limitó a despedirse. Durante el trayecto pensó en aquella extraña señora, quizás estuviese esperando a alguien o sufriese alguna enfermedad. Debía de dejar de buscar una  historia apasionante tras todo lo que le rodeaba.
Cuando llegó se disculpó de su tardanza y se unió a los asistentes. Su madre supo disimular su enfado, aquel no era lugar ni el momento. Lucía nunca había entendido el sentido de aquellas reuniones. Con algunos de los presentes no tenía ninguna relación y se limitaba a saludarlos de manera cordial. Y con el resto intercambiaba palabras vacías sobre aquello y lo de más allá. Le recordaban bastante a las cenas burguesas o aristocráticas, de las que tanto había leído en sus libros, en las que todos lucían sus más bellas galas y los elogios rebosaban como las copas de champán. Ese mar de apariencias lo presidía el patriarca, siempre tan notable en las ceremonias.
 Al cabo de unas horas empezaron a despedirse y ella cogió el autobús de vuelta. Al bajarse encontró a la mujer tal y como la dejó. Parecía que no hubiese pasado el tiempo. Preocupada, se acerco y le dijo.
-Disculpe, ¿necesita ayuda?
-No, tranquila, estoy bien- respondió ella con su benevolente sonrisa.
-¿A qué o a quién espera?- preguntó impulsada por la curiosidad.
-Yo hace tiempo que deje de esperar. Me limito a recordar lo que esperaba, a descubrir que lo hacía tan importante- volvió a responder.
Intrigada por aquella misteriosa mujer se sentó a su lado y siguió preguntándole:
-Y, ¿qué recuerda?
-Tantas cosas… más de las que pensaba-dijo suspirando.
Lucía no supo que responder. Sentía que debía dejarle intimidad pero no quería irse. Entonces la mujer comenzó a hablar.
-¿Sabes a lo que nos dedicamos los humanos? A esperar, eso hacemos durante toda nuestra vida. Dejamos pasar el tiempo rellenado las esperas- hizo una pausa- Toda espera anterior siempre fue mejor que la presente y la futura superará todas las anteriores. Soñamos con que está sea más amena, más tranquila. Pero luego la cubrimos con toda clase de adornos, engañándonos. Queremos creer que no esperamos, que aprovechamos nuestro escaso tiempo. Sin embargo, sí que lo hacemos… y cuando nos damos cuenta que esperamos, nos desesperamos. Nuestra consciencia se rebela contra nuestra inconsciencia cuando descubre lo que hay en ella. Espera y más espera- cogió aire y continuó- Solo somos conscientes de que esperamos cuando nos vemos obligados a hacerlo. Aunque esperemos andando, conduciendo, durmiendo o comiendo.  Hay personas que tienen claro lo que esperan, otras no lo saben y algunas lo olvidaron. Pero todas esperan… menos yo que decidí dejar de hacerlo- concluyó su monólogo.
-Quiere decir que en vez de perseguir aquello que anhelamos nos quedamos quietos esperando a que venga a nosotros- resumió intentando comprenderla.
-Cada cual lucha más o menos por lo que quiere, aparte de eso me refiero que aunque alcancemos nuestras metas, siempre esperamos más y más. Incluso cuando la espera está a punto de acabarse soñamos con seguir esperando- dijo la señora.
-Porque somos inconformistas…-afirmó decepcionada- En cualquier caso, si usted ha dejado de esperar ¿Por qué  está aquí sentada y no va por aquello que esperaba?- volvió a preguntar Lucía.
-Porque es tarde… ¿Has escuchado eso de que el tiempo pone las cosas en su sitio?- dijo la señora.
Asintió.
-Pues es mentira, solo las aleja… y al final nos resignamos a aceptarlas- desveló.
-¿Cuándo se considera que es demasiado tarde?- preguntó con creciente interés.
Y esta vez fue la mujer quién no supo que decir.
-No lo sé- dijo al final.
-Yo creo que hasta que no morimos- respondió ella.
-Bueno eres joven, es normal que pienses eso. En la juventud todos nos sentimos inmortales capaces de hacer grandes cosas, pero con el tiempo cuando vemos frustrados nuestros deseos, el futuro se ve de otro modo- dijo intentando despertar a la joven.
-Siempre igual, los niños ¡qué inocentes!, los jóvenes ¡qué incrédulos! y los adultos ¡qué sabios! A ver… no digo que no sea así, pero ni tanto ni tan poco. Todos deberíamos sacar lo mejor del resto- se defendió Lucía.
-Sí, supongo…- dijo dándole la razón.
Llegó el silencio, un silencio consentido y necesario. Había que saborear todas aquellas palabras lentamente para su disfrute y continuidad.
-En definitiva, no se trata de no esperar. Las esperas muchas veces son precisas. Sin embargo, tienen que ser como un impulso para pasar al siguiente capítulo y no excusas que rellenen hojas vacías- reflexionó la señora deshaciendo el silencio.
-Sobre todo tienen que ser conscientes…-completó Lucía aquella conclusión.
La noche caía sobre ellas. Una noche sin luna, estrellas, ni nubles solo el cielo infinito. Una noche más que ya se iba para no volver.
Allí estaban, asimilando aún lo sucedido, cuando paró el último autobús. La puerta se abrió  y  el conductor miró por el espejo esperando su entrada. Una sonrisa se dibujo en sus rostros y tras una cómplice mirada cogieron ese autobús. Un autobús sin retorno, con sus paradas y pinchazos, y con un rumbo aún bastante incierto. Pero con un emergente trayecto y entusiasmados destinos. Por fin, el camino se despejaba para empezar a transitarlo.


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