martes, 12 de mayo de 2020

MUNDO PERFECTO, MUNDO TRAMPOSO

En los tiempos que corren, los jóvenes no escapan al estrés, incluso según varios estudios se trata de uno de los sectores de la población que más convive con esta problemática.
A mí parecer, yo como estudiante y conociendo a muchos otros de mi alrededor, uno de los problemas que más me afecta son los estudios, más bien, las exigencias académicas. La necesidad de cumplir con las fechas de entrega, los exámenes, obtener buenas calificaciones etc., es lo que más sufrimos; ya que es lo que nos inculcan que es lo más importante para el futuro.
También es verdad, que muchas veces no hay motivo alguno para desesperarse, pero todos los pensamientos como lo que podrías estar haciendo, un evento pasado que todavía te atormenta o lo que más me pasa a mí, pensar que debería estar estudiando en mi tiempo de descanso. Con esa mentalidad es normal sentirse abrumado, pero por mucho que digan que no hay que preocuparse por cosas banales, es casi imposible evitarlo.
Otro factor que afecta de manera radical aunque no nos demos cuenta, es el ruido. Está demostrado que estar demasiado tiempo en lugares con mucho ruido puede provocar mucho estrés. Para contrarrestar esta problemática los expertos aconsejan tener un tiempo diario para poner en práctica técnicas de relajación, lo que a la mayoría les resulta difícil por el tiempo que esto supone.
Puede haber y hay muchas más razones para que esta generación se sienta tan deprimida y estresada, pero me llama la atención cuál es la diferencia entre esta y las generaciones anteriores; ¿por qué nosotros sufrimos más que nuestros padres en este ámbito si ellos también estudiaban? Pues bien, se conoce que los aparatos electrónicos y todo el tiempo que pasamos delante de las pantallas afecta a nuestro cerebro y nuestra mente cuando la ponemos en marcha, o incluso cuando hay que apagarla para descansar, cosa que nuestros padres no han experimentado de la misma manera que nosotros. Siempre se ha dicho que es culpa de las redes sociales que nos mantienen distraídos de lo que de verdad importa pero creo que hablo en nombre de muchos otros adolescentes cuando digo que eso no es del todo cierto.
Todo se resume a un sentimiento, el miedo. El miedo de no llegar a nada en la vida, de no poder ganar dinero o de no tener amigos; y creemos que para eso hay que centrarse al 100% en estudiar, que no es mentira y yo personalmente lo veo como algo indispensable, pero no todo se resume en el estudio. Muchas personas las cuales su futuro sería infinitamente feliz sin el hecho de tener tres carreras universitarias, están matándose en los escritorios de sus habitaciones. O algo mucho más importante, se están perdiendo una etapa esencial de sus vidas, en la que sales de fiesta o quedas con tus amigos y te lo pasas genial. Pero no, estamos centrados en estar las veinticuatro horas del día haciendo lo que creemos que va a ser mejor en el futuro, en vez de disfrutar el presente mientras, por supuesto, también dedicamos tiempo para estudiar.
No es el mundo el que se porta mal con nosotros, sino nuestras mismas mentes y las personas mayores que nos rodean que creen que la solución a todo es estudiar y así se acabará el hambre en el mundo y la contaminación mundial desaparecerá, o incluso acabarán las desigualdades entre países pobres y ricos. El caso es que, el hecho de hacernos creer que si no tenemos un expediente de diez somos unos inútiles y si no hacemos exactamente lo que se cree que es lo correcto somos “la oveja negra de la familia”. No hay ninguna trampa. Yo no la veo en ningún sitio. Lo único que consigo ver es a  adultos (formados o no formados) afirmando  que para ser feliz, que es lo que más ansiamos, hay que estudiar, y están durante toda nuestra existencia metiéndonos un miedo irracional en nuestras cabezas, miedo al futuro cuya solución es estar estresados toda la vida y no disfrutar del momento, que si lo pensamos bien, no tiene ningún sentido. Cada uno puede hacer lo que más le guste y centrarse en eso. Haz lo que te parezca mejor, y sé feliz. No dejes que nadie te ponga límites.
Este artículo de opinión, cuya autora es Anabel Rodríguez Romero -alumna 1º de bachillerato-, se enmarca dentro de las actividades dirigidas por su profesora, Toñi Berenguel, miembro del departamento de Lengua Castellana y Literatura.

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