En los tiempos que corren, los jóvenes no
escapan al estrés, incluso según varios estudios se trata de uno de los
sectores de la población que más convive con esta problemática.
A mí parecer, yo como estudiante y conociendo
a muchos otros de mi alrededor, uno de los problemas que más me afecta son los
estudios, más bien, las exigencias académicas. La necesidad de cumplir con las
fechas de entrega, los exámenes, obtener buenas calificaciones etc., es lo que
más sufrimos; ya que es lo que nos inculcan que es lo más importante para el
futuro.
También es verdad, que muchas veces no hay
motivo alguno para desesperarse, pero todos los pensamientos como lo que podrías
estar haciendo, un evento pasado que todavía te atormenta o lo que más me pasa
a mí, pensar que debería estar estudiando en mi tiempo de descanso. Con esa
mentalidad es normal sentirse abrumado, pero por mucho que digan que no hay que
preocuparse por cosas banales, es casi imposible evitarlo.
Otro factor que afecta de manera radical
aunque no nos demos cuenta, es el ruido. Está demostrado que estar demasiado
tiempo en lugares con mucho ruido puede provocar mucho estrés. Para
contrarrestar esta problemática los expertos aconsejan tener un tiempo diario
para poner en práctica técnicas de relajación, lo que a la mayoría les resulta
difícil por el tiempo que esto supone.
Puede haber y hay muchas más razones para que
esta generación se sienta tan deprimida y estresada, pero me llama la atención
cuál es la diferencia entre esta y las generaciones anteriores; ¿por qué
nosotros sufrimos más que nuestros padres en este ámbito si ellos también
estudiaban? Pues bien, se conoce que los aparatos electrónicos y todo el tiempo
que pasamos delante de las pantallas afecta a nuestro cerebro y nuestra mente
cuando la ponemos en marcha, o incluso cuando hay que apagarla para descansar,
cosa que nuestros padres no han experimentado de la misma manera que nosotros.
Siempre se ha dicho que es culpa de las redes sociales que nos mantienen
distraídos de lo que de verdad importa pero creo que hablo en nombre de muchos
otros adolescentes cuando digo que eso no es del todo cierto.
Todo se resume a un sentimiento, el miedo. El
miedo de no llegar a nada en la vida, de no poder ganar dinero o de no tener
amigos; y creemos que para eso hay que centrarse al 100% en estudiar, que no es
mentira y yo personalmente lo veo como algo indispensable, pero no todo se
resume en el estudio. Muchas personas las cuales su futuro sería infinitamente
feliz sin el hecho de tener tres carreras universitarias, están matándose en
los escritorios de sus habitaciones. O algo mucho más importante, se están
perdiendo una etapa esencial de sus vidas, en la que sales de fiesta o quedas
con tus amigos y te lo pasas genial. Pero no, estamos centrados en estar las
veinticuatro horas del día haciendo lo que creemos que va a ser mejor en el
futuro, en vez de disfrutar el presente mientras, por supuesto, también dedicamos
tiempo para estudiar.
No es el mundo el que se porta mal con
nosotros, sino nuestras mismas mentes y las personas mayores que nos rodean que
creen que la solución a todo es estudiar y así se acabará el hambre en el mundo
y la contaminación mundial desaparecerá, o incluso acabarán las desigualdades
entre países pobres y ricos. El caso es que, el hecho de hacernos creer que si
no tenemos un expediente de diez somos unos inútiles y si no hacemos
exactamente lo que se cree que es lo correcto somos “la oveja negra de la
familia”. No hay ninguna trampa. Yo no la veo en ningún sitio. Lo único que
consigo ver es a adultos (formados o no
formados) afirmando que para ser feliz,
que es lo que más ansiamos, hay que estudiar, y están durante toda nuestra
existencia metiéndonos un miedo irracional en nuestras cabezas, miedo al futuro
cuya solución es estar estresados toda la vida y no disfrutar del momento, que
si lo pensamos bien, no tiene ningún sentido. Cada uno puede hacer lo que más
le guste y centrarse en eso. Haz lo que te parezca mejor, y sé feliz. No dejes
que nadie te ponga límites.
Este artículo de opinión, cuya autora es Anabel Rodríguez Romero -alumna 1º de bachillerato-, se enmarca dentro de las actividades dirigidas por su profesora, Toñi Berenguel, miembro del departamento de Lengua Castellana y Literatura.
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