Maravilloso relato ganador del concurso de Cartas de Amor. ¡Enhorabuena, María!
-----o-----
Para
Harald, jefe de la tribu:
Han pasado ya dos años desde mi partida, y aún
puedo recordar con claridad tu cara de orgullo, una cara de orgullo que es
imposible que pueda volver a ver jamás.
Cuando me asignaste la misión de acudir al
Bosque Prohibido, con el fin de atrapar a un hada y cortarle un ala a ésta,
pensé ¿qué puede pasar? Estaba tan seguro de mí mismo que decidí ir sin escolta
alguna, pues es lo que un verdadero príncipe vikingo haría.
Nada más mi llegada al bosque, preparé una
trampa, siguiendo tus instrucciones, y debo decir que fue la mejor trampa que
jamás he preparado.
Tras terminar de colocarla, marché a cazar, y
me encontraba ya a más de mil millas cuando escuché el leve repiqueteo de la
campana que había colocado en caso de que el hada cayese en la trampa más
rápido de lo que pensaba.
Sin dudarlo, saqué mi mejor cuchillo de la
bolsa que colgaba en mi hombro, y salí corriendo, dispuesto a acabar con aquel
ser, y volver a casa.
Sin embargo, al llegar allí, no pude más que
dejar caer mi cuchillo; frente a mí se encontraba una criatura de belleza
inigualable, sus facciones, delicadas, parecían estar esculpidas en el más caro
mármol, su cabello, entrelazado con miles de diminutas florecillas, podía ser
fácilmente confundido con la más sedosa tela, y su mirada… Fue su mirada lo que
me hizo caer arrodillado frente a ella.
Desde ese momento, comencé a vivir por ella,
pero a la vez también moría, por no tener la certeza de si alguna vez la
volvería a ver.
La busqué por todas partes, en los lagos, en
las praderas, en el más escondido rincón de aquel oscuro bosque, sin embargo,
fue ella la que se apareció ante mí aquella fría noche, para ofrecerme
acompañarla en su viaje. Acepté sin dudar siquiera un segundo, extasiado por el
dulce sonido de su voz.
Mientras caminábamos, tuve el privilegio de ir
conociéndola con más profundidad. Ella era Diana, diosa de los arbolados, la
luna, caza y los animales salvajes. Caminamos durante semanas, meses alcanzaría
a decir yo, pero en ningún momento me percaté de esto, pues me encontraba
sumido en la más deleitosa felicidad por el simple de hecho de estar a su lado.
Un día, llegamos, a lo que yo creí que sería
nuestro destino; un enorme y hermoso árbol. Sin embargo, no era éste lo más
impactante, el lugar se hallaba repleto de miles, millones de hadas que
revoloteaban de un lugar a otro, realizando distintas tareas.
En ese momento, Diana se giró hacia mí.
–
Astir, debo
marchar. Un horrible suceso se avecina, este árbol no es un ser cualquiera, él
es vida, pues sus frutos son el único alimento de las hadas. Sin embargo, un
grupo de hijos de Adán lo han descubierto, y ahora se dirigen hacia aquí, y la
vida de todas estas criaturas corre peligro. Para evitarlo, debo encontrar a la
Madre de todas las hadas.
–
Lo comprendo,
querida mía, te acompañaré hasta lo más profundo del lugar donde habite, no me
importan los peligros. Saldremos al amanecer.
Aquella noche, me sumí en un turbulento sueño
repleto de pesadillas, y al alba, desperté sobresaltado. Al girarme, pude
descubrir, horrorizado, que el lugar donde yacía mi amada, estaba vacío a
excepción de una carta y un paquete envuelto en las más verdes hojas.
La carta decía así:
“Amado mío, eres lo más hermoso que me ha
ocurrido en mucho tiempo, has conseguido llegar a mi corazón y volver hacerlo
funcionar, un corazón que llevaba siglos dormido. Siempre te estaré agradecida
por esto. Con mi más sincero pésame, debo marchar, no podía permitir que me acompañases
en este último viaje, pues me enfrentaré a criaturas, que, con sólo mirarte,
podrían acabar con tu vida. Jamás me perdonaría que te ocurriese algo. Vuelve a
casa, príncipe de los vikingos. Siempre tuya”
Tras leer esto, abrí el paquete que se
encontraba a su lado, éste contenía un objeto alargado, de una belleza
singular, que brillaba por sí solo. Un ala de hada. Su ala.
Puedo decir, sin miedo a equivocarme, que
aquella fue la vez que más lloré en toda mi vida; estaba sumido en una tristeza
tan profunda, que no me dejaba respirar. Fue en ese momento, que decidí que me
quedaría allí, para siempre si hacía falta, esperándola. Decidí que daría mi
vida luchando por aquello que tanto importaba a mi amada Diana.
Por eso te pido, padre, que ceses tu matanza,
pues recuerda, cada vez que mates a un hada, me estarás matando también a mí.